Cada mañana nos recibía con un sonoro buenos días y una amplia sonrisa.
A mis quince años, las mitocondrias y los cloroplastos me parecían tan cercanos y conocidos como el cuaderno donde anotaba mis descubrimientos científicos y el lápiz con el que describía mis descubrimientos vitales.
Solo con su mirada hacia nosotras y nuestra mirada hacia la pizarra se hacía el silencio que precede a la concentración, al estudio y al trabajo.
Éramos treinta adolescentes, a ratos agradecidas y, a ratos descontentas y, a ratos y a veces incluso desagradecidas y maleducadas. Pero ella siempre tenía tiempo, paciencia y sabiduría para nosotras.
Era mi espejo, era valiente y era ¡científica!
Era mi espejo, era valiente y era ¡científica!
Cada mañana conforme entrábamos al aula nos preguntaba: -¿Han dormido ustedes bien?
Y nosotras les respondíamos -Sí profesora. ¿Y usted?
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